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Chocolate trufflesHoy sale a la venta mi nuevo libro, «Chocolate», y esta es una de las recetas que incluye. Pero, para alivio vuestro (y sobretodo, mío), hoy NO he venido a hablar de mi libro.

Desde que empecé con el blog hace 7 años, he ido compartiendo con vosotros pequeñas historias divertidas que me pasan en mi día a día. Cosas que me pasan, o que me hacen gracia, o que recuerdo de años atrás. Creo que es marca de la casa que, cuando venís a leer un post, os saque una sonrisa. Al menos es lo que intento. Alguna hater me acusó en su momento de vender una vida perfecta. Nada más lejos de la realidad. Tengo una vida normal y corriente. No todo en mi vida es felicidad, y nunca ha habido intención de que pareciese otra cosa. Pero sí que es verdad que hace tiempo decidí compartir aquí solo los momentos felices. ¿Por qué? Pues porque es mi blog, que es algo personal y porque es lo que me apetece hacer. Porque hago un esfuerzo consciente y elijo centrarme en lo bueno, y recordarlo. Porque después, cuando tengo un mal momento, vengo y releo alguna de las entradas de las búsquedas de Google. O navego por las historias de Pablo y Jorge que han ido quedando recogidas en alguna de las 400 entradas que tiene el blog. Mi blog está lleno de pequeñas historias que me hacen sonreír o reír a carcajadas, y que si no fuese porque en su momento las compartí con vosotros, probablemente habrían quedado relegadas al olvido. El blog es mi receta de la felicidad. No me apetece venir aquí y hablar de cosas tristes. Si en mi vida «real» no voy contando mis cuitas porque soy reservada, tímida e introvertida… ¿Por qué debería hacerlo aquí? ¿Tener un blog me obliga a compartir todo lo que pasa en mi vida? La última vez que lo miré, un blog era algo personal donde uno escribía lo que le daba la gana. Y en el mío, quiero risas, buenas recetas y fotos que hagan soñar. Porque para cosas tristes, pongo el telediario, o pienso en que estos concursantes de Gran Hermano tienen derecho a voto.

Hoy, no obstante, voy a hacer una excepción. Así que los que habéis entrado buscando una sonrisa, espero que seáis de los que solo miran las fotos.

Hace unos meses leyendo la intro del libro de Alma «A correr» me sentí muy identificada con lo que contaba (menos con la parte de correr. Eso solo si me persiguen). Y hace unos días leía un artículo de Cristina Mitre, en el que hablaba de su crisis de ansiedad. Justo el pasado 10 de Octubre fue el «Día de la salud mental». Han sido como señales que me iban diciendo: «Habla, habla, habla». Así que me parece que ha llegado el momento. Llevo años queriendo tratar este tema aquí, y no lo había hecho por pudor, por miedo… También me he animado a hablar de ello porque a lo largo de estos 11 años que llevo trabajando como profesora, he tenido varios alumnos con problemas de ansiedad, que venían avergonzados a la salida de clase para decirme en voz baja que podían tener una crisis en clase, que no querían que sus compañeros lo supieran, que lo entendiese si de repente tenían que salir sin pedir permiso. Como les dije a cada uno de ellos en su momento, nadie les entiende mejor que yo. Y no tienen por qué sentirse avergonzados. Nadie debería sentirse avergonzado por tener una enfermedad.

En 2002 empecé a sufrir ataques de pánico o de ansiedad, como los queráis llamar. Para quien nunca los haya sufrido, tienen muchas variantes. Pero digamos que expresiones como «eternidad en un segundo» y «morir de miedo» de repente cobran significado. En algunas crisis de manera súbita, y sin motivo aparente, el corazón se me ponía a mil, me dolía muy fuerte el pecho y pensaba que iba a tener un ataque al corazón. En otras, miles de pensamientos negativos sin control me bombardeaban la mente, y pensaba que me iba a volver loca porque era incapaz de controlar lo que pensaba. Otras veces no podía respirar y creía que me iba a morir. A veces, las peores veces, eran las tres cosas a la vez. Eso en los momentos de crisis en sí. El resto del tiempo era algo así como llevar la «Nada» dentro. Si habéis leído a Michael Ende y la Historia Interminable, sabréis a qué me refiero. Ausencia total de motivación para nada. NADA. No podía leer que es mi actividad de evasión favorita. Incluso comer dejó de ser una actividad placentera para ser eso, «nada». Perdí 10 kilos en pocos meses (No todo iban a ser desventajas xD). No voy a entrar en por qué empecé a tener ataques de pánico. Eso me llevaría mucho tiempo, y al final tendría que pagaros por la terapia. Y honestamente, no me apetece desnudarme tanto. Permitidme que me reserve algo por si alguna vez tengo que dar una exclusiva al Hola 😛

El caso es que busqué ayuda médica, y me puse en tratamiento. Estuve unos meses tomando Orfidal, y varios meses más en psicoterapia. Eso me ayudó, igual que me ayudaron muchas personas: mis padres (mi madre me llevó de viaje a la zona del Loira en Francia, en coche alquilado las dos, yo conduciendo y mirando las señales y el mapa al mismo tiempo, porque mi madre como copiloto es un mueble. Todavía no sé cómo volvimos sanas y salvas de aquella aventura. Pero cambiar de aires SIEMPRE ayuda un montón en estos casos!); mi amiga Blanca en Madrid que se empeñaba en sacarme de casa cuando yo solo quería quedarme en un rincón; José Carlos con el que hablaba por chat a diario y que me hacía reír con sus historias,… Personas con las que en algunos casos ya apenas tengo contacto pero a las que les debo mucho y desde aquí aprovecho para darles las gracias. También el sentido del humor fue (y sigue siendo) mi gran arma. Por suerte, en todos esos momentos bajos nunca perdí la capacidad de reírme de casi todo.

¿Estoy ahora bien? Digamos que sí. Desde ese año no he vuelto a tener ataques de pánico, aunque sí amagos. Tampoco he vuelto a ser la misma que era antes. Perdí la alegre inconsciencia en la que vivía antes de que me ocurriese esto. Al fin y al cabo ahora sé que la «Nada» está ahí acechando, y te puede atacar cuando menos te lo esperas. Como decía Nietzsche, cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo también te mira a ti. Tengo pequeñas fobias. Lo paso mal cuando tengo que hablar en público (bueno, esto ha sido así desde que tengo memoria). Me da miedo conducir (sobre todo en autovía). No me gustan nada los ascensores, ni en general ninguna situación en la que me sienta «encerrada» (ir en metro, avión,…) Una vez tuve un ataque de pánico porque me quedé dentro del coche mientras que pasaba por una esas máquinas automáticas de autolavado y empecé a pensar que no podía salir… Y sobre todo, me ha quedado «el miedo al miedo». Es decir, el miedo a tener otro ataque de pánico.

En general, soy feliz, he aprendido a vivir con ello y a enfrentarme a ello, e intento que el miedo no me impida hacer nada. Mi lectura de lo que me pasó es que todo ese mal, al final fue para bien. Quizá me engaño y no es más que simple necesidad de encontrarle sentido a todo lo que nos pasa, sobre todo si son hechos negativos. Pero lo cierto es que fue como una patada en el culo de parte de la vida, para obligarme a dejar lo que me hacía infeliz, y seguir un camino que era mejor para mí… y que nunca habría cogido sin mediar patada (me encanta esta expresión que me acabo de inventar). Por mi forma de ser, soy muy de aguantar y aguantar. Y cuando ya no puedo más, aguanto otro poco más. Y esta crisis que sufrí me obligó a dejar atrás un trabajo que no me gustaba, y a dedicarme a ser profesora, que me encanta. Dejé unos horarios horribles que no me habrían permitido nunca disfrutar de mis hijos como he podido hacerlo. Me libré de un jefe acosador. Aprendí a cocinar, que era algo que siempre había querido hacer, abrí un blog de cocina, y cumplí mi sueño de publicar no uno, sino ¡varios libros! La palabra crisis en japonés está compuesta por dos caracteres: «peligro» y «oportunidad». Mi crisis fue exactamente eso.

¿Y por qué os cuento todo esto? Porque me gustaría que se hablase de ello con más naturalidad y normalidad, y la única manera de lograrlo es que los que pasamos por una enfermedad mental hablemos de ello abiertamente. No creáis que confieso esto sin miedo. De hecho estoy bastante acojo asustada, y mientras que escribo estas palabras a 14 de Octubre de 2015 tengo preparado otro post por si no me atrevo finalmente a publicar este. Ya os he comentado antes que soy reservada por naturaleza, la mayor parte de las personas con las que me relaciono a diario no saben nada de esto. En el blog me lee mi familia, mis amigos y conocidos, compañeros de trabajo, alumnos,… Incluso Hugh Jackman, aunque lo mantenga en secreto :P. Además no es un tema del que me guste hablar. Me preocupa que afecte a mis seres queridos, que mis hijos sufran, que perjudique al blog, que la gente me trate de manera distinta, que tenga repercusiones en mi trabajo,… Me preocupa dar pena. Las enfermedades mentales se miran con cierto desprecio, quizá por una mezcla de miedo, y de pensar que estás a salvo porque crees que a ti nunca te pasaría algo así. Que tú eres fuerte, y eso sólo les pasa a los débiles. Yo tampoco me imaginé nunca que me pasaría algo así. Pero me pasó. Y no quiero sentir miedo o vergüenza porque he tenido ataques de pánico. No quiero que mis alumnos sientan que están solos o se sientan avergonzados cuando vienen a decirme que sufren crisis de ansiedad. Espero que la gente que esté pasando por ello ahora mismo, sepa que le pasa a mucha gente, y que todo el infierno por el que están pasando con suerte al final les ayudará a encontrar su camino y a tener una vida más plena. Creo que es hora de que se hable con normalidad de las enfermedades mentales, y se deje de culpabilizar a los que las sufren. Porque se sufre muchísimo y mucha gente parece esperar que te cures tú solo. Cuando alguien tiene una pierna rota, o una enfermedad del corazón, a nadie se le ocurre decirle: «¡Pero ponte bien, supéralo!» o «¡Sé fuerte y cúrate!» ¿Por qué son frases que oyes cuando tienes una enfermedad mental? ¿Por qué mucha gente piensa que solo necesitas fuerza de espíritu para curar la mente? Si necesitas un trasplante de hígado, ¿se cura solo deseándolo? No, ¿verdad? Pues lo mismo debería ocurrir cuando es otro órgano, la mente, el que está enfermo.

Lo dejo aquí, que ya ha terminado mi hora, y al fondo veo alguno que da cabezadas sobre el teclado. Puedo prometer y prometo que no volveré a hablar en serio por lo menos hasta… que tenga ganas de volver a hacerlo.

No le he comentado a nadie que voy a escribir este post (ya os dije que soy reservada). En el fondo me da miedo que hagan flaquear mi, ya de por sí, escasa valentía. Releo lo que escrito y pienso que qué hago contando esto que probablemente no le interesa a casi nadie… Espero que a alguien le sirva de ayuda, porque me ha costado mucho escribirlo.

Y si no, al menos, como dijo Humphrey Bogart: «Siempre nos quedarán las trufas».


Chocolate Truffles

Chocolate truffles


Chocolate truffles

Chocolate truffles


{Trufas de chocolate}

Preparación: 15 min

Cocción: 5 minutos (más reposo en el frigorífico)

Raciones: 24 trufas aproximadamente

Ingredientes

  • 250 g de chocolate negro, troceado (de 55% a 70% de cacao)
  • 200 ml de nata para montar
  • 50 g de mantequilla
  • 1 pizca de sal
  • cacao puro en polvo para espolvorear
  • Equipamiento (opcional): un sello de lacre

Preparación

  1. En un cazo al fuego, calentamos la nata con la sal. Cuando esté caliente, retiramos del fuego, agregamos el chocolate troceado, y removemos hasta que esté disuelto. Añadimos por último la mantequilla, mezclamos bien, y dejamos enfriar, primero a temperatura ambiente, y luego en el frigorífico en un recipiente hermético, hasta que esté consistente y se le pueda dar forma con las manos.
  2. Vamos sacando porciones de masa de chocolate con una cucharita, y le damos forma de bolita con las manos. Si nos espolvoreamos las manos con cacao, no se pegan. Llevamos al frigorífico hasta el momento de consumir.
  3. Para darles forma con el sello, metemos tanto la trufa como el sello en el congelador. Cuando ambos estén congelados (en una hora o así), pasamos la trufa por cacao en polvo, y presionamos con el sello para que quede la forma grabada en la trufa. Podemos embadurnar el sello con cacao también. Repetimos hasta terminar con todas las trufas.
  4. También podemos darles forma a las trufas usando un molde de cubitos de hielo, o de bombones. Una vez hecha la crema como se explica en el punto uno, la distribuimos en los huecos del molde que hayamos elegido, y llevamos al congelador hasta que las trufas estén bien duras. Desmoldamos, y pasamos por cacao en polvo.
  5. Conservamos las trufas en el frigorífico en un recipiente hermético hasta que vayamos a consumirlas

NOTAS:

  • Aromatiza las trufas a tu gusto: añade vainilla, canela, chile, … o agrega un par de cucharadas de tu veneno favorito: whisky, cerveza negra, ron, licor de café…
  • Mis sellos los compré en esta tienda en Etsy (tengo varios, que uso para decorar varias recetas del nuevo libro). Esta es la página web. Podéis encontrarlos también en España, que se venden mucho para bodas, o en tiendas de scrapbooking
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  • Ya está a la venta mi nuevo libro «Chocolate» con un montón de recetas inéditas! Desde hoy día 15 de Octubre podéis adquirirlo en todas las librerías, si queréis más información podéis encontrarla aquí
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